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La educación emocional y el desarrollo de la creatividad en niños y adolescentes en clase hace tiempo que dejó de ser una apuesta teórica para ser una realidad en muchas aulas de España. Su implantación es, desde luego, una apuesta fuerte de la Fundación Botín, cuyo programa de «Educación responsable» promueve desde hace diez años y de forma gratuita la formación en inteligencia emocional en los 70.000 alumnos de más de 150 centros educativos de seis comunidades distintas (Cantabria, Madrid, La Rioja, Navarra, Galicia y Murcia).
La institución santanderina asegura que la educación emocional y social en el aula mejora de forma drástica la comunicación y convivencia en los centros escolares a partir del trabajo conjunto de docentes, alumnado y familias. De hecho los beneficios en estos colegios, explica Fátima Sánchez, responsable de Educación, Proyectos y Acción Social de esta institución, «se notan desde los primeros días», en cuanto se empiezan a trabajar las habilidades sociales del pequeño: «Ayuda a los alumnos a conocerse y confiar en sí mismos, a comprender a sus compañeros, a reconocer y expresar emociones e ideas, a desarrollar el autocontrol, a aprender a tomar decisiones responsables, o a valorar y cuidar su salud a la larga».
Así lo han recogido en su informe «Educación Emocional y Social. Análisis Internacional 2015», donde muestran cómo los centros que apoyan este tipo de formación en habilidades sociales han obtenido consecuencias probadas muy importantes relacionadas con algunos de los problemas graves y difíciles de resolver de nuestro sistema educativo:«Son colegios que han mejorado la convivencia y la relación entre profesores y alumnos y, por ende, disminuido los niveles de violencia y de consumo de drogas. Incluso han reducido síntomas asociados a la depresión infantil y juvenil», asegura Fátima Sánchez.
Conocimiento y emoción
Lo que es una realidad es que la educación de hoy, continua esta experta, «no puede limitarse a los conocimientos. Hay que unir también la emoción. Todos somos conscientes ya de que los que tienen mejores notas no son los que más éxito tienen después en su vida. De hecho, en un mundo con una tecnología en creciente sofisticación, las habilidades emocionales y sociales que requeriremos serán cada vez más la empatía, la atención, la tolerancia, la responsabilidad, la creatividad y la imaginación».
Estos valores, corrobora Christopher Clouder, uno de los autores del informe de la Fundación y director ejecutivo del Comité Europeo Educativo Steiner Waldorf, «están presentes en los niños por naturaleza. Lo que ocurre es que la confianza de muchos de ellos disminuye a medida que conviven con su entorno inmediato y en la escuela. La educación emocional y social impartida en el entorno escolar es una buena forma de reforzarlas».
«Es más —añade Sonsoles Castellano, directora de la Fundación San Patricio—, sin emoción no hay aprendizaje. Ser feliz potencia la motivación, mejora el ambiente dentro del aula y predispone para el aprendizaje: una persona feliz no tendrá problemas para aprender todo lo nuevo que pueda surgir y lo hará en menor tiempo que alguien que no lo es». De hecho, hace ya tres años que el Colegio San Patricio optó por esta vía, al implantar el sello i3e de Educación en Inteligencia Emocional que aplica AENOR, «con muy buenos resultados», resalta Castellanos.
El papel del profesorado
Todos los expertos consultados aseguran que para que este desarrollo personal del alumno sea una realidad resulta imprescindible facilitar la formación de los docentes en su propia competencia emocional. Hasta el momento, pocas universidades trabajan las emociones como materias obligatorias en sus planes de estudios, y menos como grado. Una de ellas es la Facultad de Ciencias Sociales y de la Educación de la Universidad Camilo José Cela, donde han creado un proyecto innovador que forma en educación emocional a los alumnos de las titulaciones de Magisterio de forma transversal. Este es el mismo planteamiento del máster que la Fundación Botín realiza a través de la Universidad de Cantabria, que forma a los docentes para que puedan aplicar estos conocimientos a través de asignaturas como las Matemáticas o el Arte.
Normativa educativa
«La iniciativa privada está muy bien —reconoce Santos Orejudo, presidente del comité científico del II Congreso Internacional de Inteligencia Emocional y Bienestar (CIIEB)—, pero desde aquí instamos también a las administraciones públicas a que incluyan las referencias a la inteligencia emocional en la normativa educativa». «Deben ser conscientes de que el desarrollo de los sentimientos va a constituir en los próximos años la verdadera revolución educativa, tanto en las aulas como en la formación del profesorado», concluye.
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